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La cara menos amable de la RDA

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Ese minúsculo pedazo de cielo, con guardas de seguridad armados vigilando en la valla de la izquierda, es el único pedacito de cielo que veían los presos de la stasi, en un minúsculo patio en el que hacían ejercicio. Un pedazo de cielo de apenas unos metros, pero que era un mundo para quien dormía en celdas de grueso cristal viselado que no permitían saber si era invierno o verano, si nevaba o llovía, ni en qué ciudad se estaba siquiera… La cárcel de Hohenschönhausen estuvo abierta hasta 1989, y cuesta creer que tanto horror siguiera vivo hasta la caída del muro.

 

Desde el momento mismo de la detención, el objetivo de la stasi era único: romper a los presos y obligarles a firmar confesiones inventadas por el personal que allí mismo tenía oficinas en las que redactaban delitos y faltas a voluntad: y era fácil que firmasen esas confesiones tras pasar un confinamiento absoluto, en el que no había contacto alguno con otro recluso, en el que hasta escribir, dibujar, cantar o bailar se castigaba con un aislamiento aún mayor (celdas de dos por dos, sin ventanas, sin váter, sin colchón, sin calefacción). El régimen de internamiento y el shock por el arresto (del que nunca se daban motivos ni explicaciones) eran tales que hasta tenían celdas acolchadas, totalmente oscuras, sin una mísera cama, para quien se volvía loco (¿cómo no enloquecer en una prisión en la que te despertaban si no estabas durmiendo en la postura reglamentaria?).

Sospecho que el museo de la DDR, que aún no he pisado, debe ser mucho más “amable”, más “simpático”, apto para todas las familias. Pero la prisión de Hohenschönhausen, que además enseñan quienes allí estuvieron presos (o guías más jóvenes que han aprendido de ellos) deja una huella difícil de borrar. “Ostalgie, oder?


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